Mamá, respeta
La crianza respetuosa se aprende practicando
La crianza respetuosa parece una utopía, hasta que decides ponerla en práctica. ¿Crees que desarrollar maternidad consciente se logra en el primer ensayo?, espera y te cuento.
Un momento, estando mi hija muy pequeña, llegué un día a casa agotada y frustrada, estaba pasando momentos difíciles en mi trabajo y ¿sabes que me provocaba?, tirarme a dormir y no saber de nada ni de nadie; pero todas sabemos que cuando tenemos un bebé, eso no es posible, toca dar la milla adicional. Por tanto, me lavé la cara, me puse mi careta social de mamá abnegada y me dispuse a hacer las cosas normales y cotidianas de la casa, que correspondía para la noche. Estando ya en la cama, me disponía a dormir, pero mi hija no, ella seguía quejona, un tanto llorona y no paraba. De pronto me dice: “¡ma! Quero tete”.
No tenía paciencia para eso
Quiero que sepas que no tenía paciencia para eso, ¿pero sabes cuál es la mejor parte?, ¡ella no tomaba tetero!, ¡tomaba teta! Así que podrás imaginar que mi cara de sorpresa fue enorme. Traté de persuadirla, lógicamente, y le digo: mami, pero tú no tomas tetero, ¿quieres que te de tética?, vamos a descansar y mañana de pronto te doy.
- ¡No! -me replicó-, y no solo dijo no reiteradamente, sino que continuaba quejona, llorona, fastidiada y no se hallaba.
Por otra parte, estaba rendida, sin fuerza emocional ni física, con la energía en el subsuelo. Esta guerra duró por espacio de unas dos horas aproximadamente, y al final, decidí con rabia incluida, dar por terminado el altercado, porque en serio, deseaba desconectarme del mundo sin demoras, así que me dije: ella quiere tetero, le daré tetero.
Me fui directo a la cocina con mi hija en brazos, la senté en el mesón, saqué leche de la nevera, la calenté y se la di en su vasito Avents de bebidas, que ella adoraba. Yo estaba esperando que se lo tomara, me hallaba ensimismada en mis pensamientos y ella sollozaba con su tetero en mano, y de pronto, escuché el ruido que me llevó al límite. ¿Sabes que hizo mientras yo contenía mis ganas de llorar por el día tan asco que había tenido sumando esta bella escena? Lo tiró al suelo, ¡lo tiró al suelo!
Madre mía, no lo podía creer, la furia me encendió y la regañé, le decía: Hija ¿Por qué haces esto?, ¿no ves que mamá está cansada, triste y necesita descansar?, se los juro, sentía rabia, sentía mucha rabia en mi ser y ganas de llorar, todo junto, revuelto, pensaba en voz alta: Ahora debo limpiar el piso, esto me va a demorar más todavía, justo hoy, justo ahora, ¿por qué?
Decido bajarla al suelo, no fuera ser que se cayera y empeorara mi episodio del día, y la puse lejos de la leche derramada. Pero, ¿adivinen qué?; ella se acercó y empezó a meter las manos en la leche, yo le regañaba y le pedía que dejara de hacer eso, que debíamos ir a dormir.
Puse en práctica a mi manera, y con el fuego que sentía por dentro,
algo que había aprendido de crianza respetuosa.
Me puse a nivel de sus ojos y entonces…
Así que ella insistía, y fue entonces cuando mi paciencia llegó al límite, la tomé del bracito, la corrí firmemente unos pasos hacia atrás, la miré a los ojos y le dije de forma firme y contundente: Hija, ya. Es suficiente. Deja eso y te vas al cuarto, se acabó.
Mi mirada mostraba furia, tenía rayos incendiarios saliendo de mis ojos, era obvio, estaba molesta, cansada, frustrada, quería llorar, necesitaba estar a solas y eso era imposible. Pero su reacción, nubló mis sentidos. No me lo vas a creer, esa criaturita tan chiquita, me miró con la misma furia que yo la miraba, con una furia reivindicativa, y me dijo: “¡EPETA!, ¡epeta amá!” Todavía lo recuerdo y me causa gracia, admiración, amor, curiosidad y compresión de la infancia.
Te puedo decir, que, al escuchar esa geniosa y magistral respuesta, no sabía si reír, llorar, avanzar en mi presión adulta, no sabía nada. Me desarmó, me neutralizó. “Respeta, respeta mamá”. Mi mente de científico social se preguntaba: ¿Cómo rayos un ser humano con tan diminuta edad podía hacer algo tan contundente como esto?, ¿cómo pudo percibir que en este acto había un atropello a su ser?, porque ella se sintió violentada, y además, sin miedo, sin desafiar, solo su firmeza, exigió respeto. Esa escena quedó grabada para siempre en mi memoria.
Los niños vienen con una sabiduría innata, increíble, ellos saben muchas cosas; la diferencia con los adultos es que no tienen tamaño y fuerza, por lo que les toca literalmente, bajar la cabeza tantas veces, que a veces siento, que, en la mayoría de los casos, no son educados, son introducidos a un sistema de sumisión perpetuador, que mata los talentos, dones y habilidades de los nuevos seres.
¿Qué aprendí de esta lección?
- Los niños son inteligentes, hay que leer su comportamiento con nueva visión para comprender, y así, a través de la intuición, conectar con ellos.
- A pesar de que nunca le pegué a mi hija, ni lo hago hasta ahora, comprendí que jamás una nalgada llega a tiempo, ni llega ni se da. No la necesitas, necesitas conectar, aprender nuevas formas de hablar con esta nueva generación.
- En un libro leí una vez que tu hijo llora lo que tú no lloras, reacciona ante lo que vives, y además, lo siente y lo vive contigo. Cuando quieres gritar y no puedes, o decides guardarlo contigo, ¿crees tú que con un niño pequeño a tu lado, eso está realmente guardado para que nadie lo note?, no. Ese pequeño lo percibirá, te lo mostrará y lo hará por ti.
- De manera que querías explotar de rabia y te la aguantaste ¿verdad? ¿Quién crees gritará?, ¿quién crees llorará?, ¿quién crees hará el berrinche que tu deseas hacer? Allí, ante mí, estaba la respuesta, era yo quien quería llorar, quien quería tirarme al piso a hacerlo desconsoladamente, yo estaba ofuscada, perdida en mis pensamientos, no me hallaba, yo quería exigir respeto, era yo, ella era mi reflejo. Los hijos, diría Laura Gutman, muestran las sombras, son un reflejo de lo más oculto que tienes en tu ser. Esta es la lección más extraordinaria que algún ser allá podido darme.
Se por lo que pasas en este momento que estás criando, hay muchos momentos intensos, otro alegres, sin duda, ser la maestra de vida de un nuevo ser, es una labor titánica y hermosa, pero necesita apoyo y contención emocional, porque hay días que podemos quebrarnos y necesitamos de oídos compasivos y esperanzadores que nos muestren la luz en el camino.
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